Dios E Hijos

Dios E Hijos
Dios Siempre Nos Prote

ESPERANDO AL MESIAS

40- El Pueblo Judío:

Las familias que regresaban desde tierras extrajeras de Babilonia, pertenecían a la tribu de Judá y eran oriundas de Jerusalén y de sus alrededores. Constituyeron el núcleo del pueblo judío. Querían vivir como habían vivido sus padres. Pero nada era ya igual que antes. Los babilonios habían asentado en Jerusalén y en sus alrededores extranjeros que seguían sus propias costumbres y adoraban a sus dioses.
Las murallas que habían protegido a Jerusalén yacían derribadas. El templo construido por Salomón era un montón de ruinas. Los judíos fueron reedificando sus casas y las murallas de Jerusalén. En el año segundo después de su repatriación, pusieron la primera piedra del segundo templo.
Los judíos volvían a vivir en su patria, pero su país pertenecía a los extensos dominios de reyes extranjeros. Esos reyes enviaban a Jerusalén sus soldados, sus recaudadores de impuestos y gobernadores. Hubo épocas en que los extranjeros quisieron apartar a los judíos de la fe de Abrahán. Épocas en que un rey extranjero quiso obligar a todos los que vivían en su reino a que vivieran y creyeran en lo mismo que él y adoraran a los dioses que él adoraba.
Durante esos siglos, los sacerdotes de Jerusalén fueron recopilando las sagradas tradiciones. En ese tiempo, las personas piadosas observaban las leyes y las instrucciones divinas. Aprendieron de nuevo quién era Dios y la alianza que hicieron con él. Aguardaban al rey, al libertador, prometido por Dios a su pueblo. Eran perseguidos y martirizados. Pero aun en la muerte confesaban su fe en el Dios vivo que puede salvar a los suyos incluso a través de la muerte (Esd, Neh, Mac).



41- Job pide a Dios una respuesta:

Job era piadoso. Confiaba en Dios y desconfiaba del maligno. Job era muy rico. Tenía siete hijos, tres hijas, muchas ovejas y camellos, bueyes y asnas. Para Job no era difícil tener afecto a Dios, que le había dado tantas cosas.
Pero Dios puso a prueba a Job. Bandadas de ladrones cayeron sobre los regaños de Job. Mataron a los pastores y robaaron el ganado. Job no perdió la cabeza por ello. Confiaba en Dios. Poco después le sobrevino otra desgracia. Cuando sus hijos y sus hijas estaban celebrando un banquete, la casa se derrumbó y los sepultó entre los escombros. Al enterarse Job de aquella desgracia, dijo: -Desnudo llegué a la tierra. Desnudo estaré cuando me muera. El Señor me lo dio. El Señor me lo quitó. ¡Bendito sea!
Pero sobre Job cayó otro sufrimiento aún peor. Contrajo la lepra. Job, que había sido tan rico, estaba sentado ahora sobre un montón de cenizas. Se rascaba las heridas con una teja rota. La mujer de Job se acercó a su marido y le dijo: -¡Qué bien te va con tu confianza en Dios! ¡Maldice a Dios y muérete! Pero Job le respondió: -Hablas como quien no conoce a Dios. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?
Job tenía tres amigos. Cuando se enteraron de su desgracia, vinieron a verle. Querían consolarle. Pero, al verle tan desdichado, comenzaron a llorar. Se sentaron a su lado, durante siete días y siete noches. Ninguno dejo una sola palabra, porque veían que el dolor de Job era muy grande. Entonces Job comenzó a hablar y a discutir con Dios. Se quejaba de sus sufrimientos y acusaba a Dios de haber enviado sobre él, que era inocente, tantas desgracias.
Los amigos de Job se quedaron horrorizados. Quisieron defender a Dios y dijeron: -¿Cómo te atreves a acusar a Dios? Todos sabemos que Dios es justo. Dios recompensa el bien y castiga el mal. El no te habría enviado estos sufrimientos, si tú no hubieras pecado y merecido este castigo. Pero Job estaba seguro de lo que decía. Y pidió a Dios que le explicara pro qué él, que era piadoso, había merecido tantos sufrimientos.
Los amigos hablaron y hablaron para convencer a Job de que estaba equivocado; de que él tenía que haber hecho algo malo, porque Dios no obra injustamente. Pero Job no se daba pero vencido. Quería comprender por qué Dios recompensaba con males su fidelidad. Dios habló a Job en medio de una tormenta. Le preguntó: -¿Quién eres tú para pedirme cuentas? ¿Por qué hablas de lo que no eres capaz de entender? ¿Dónde estabas, cuando yo puse los cimientos de la tierra? ¿Separaste tú la tierra del mar? ¿Señalaste tú los tiempos para el día y para la noche? ¿Pusiste tú en el cielo las estrellas? ¿Das tú de comer a los animales?
Job escuchó las preguntas. No sabía qué responder. Y se dio cuenta de que Dios es incomprensiblemente grande. Tan grande, que uno puede confiarse en él, aunque no entienda sus planes.
Job respondió al Señor: -Ahora sé que tú lo puedes todo. Tú llevas a cabo todo lo que planeas. Yo, con mi ignorancia, te pedí cuentas. Tus planes son maravillosos. Yo no soy capaz de comprenderlos. Hasta ahora te conocía de oídas. Pero ahora mis ojos te ven. Por eso, me retracto de todo lo que he dicho y me confío a ti (Job).