Dios E Hijos

Dios E Hijos
Dios Siempre Nos Prote

REYES Y PROFETAS


21- En la Tierra Prometida:

Antes de su muerte, Moisés designó como jefe de su pueblo a Josué. El se pondría al frente de los israelitas para hacerlos entrar en Canaán, el país en que habían vivido Abrahán, Isaac y Jacob. Pero los pueblos que vivían en Canaán no querían que los israelitas entrasen en el país. Guiados por Josué, los israelitas confiaron en la promesa de Dios. No dejaron que les echaran. Poco a poco fueron conquistando el país. Construyeron aldeas y vivían de la agricultura, lo mismo que los cananeos.
Los israelitas aprendieron de los cananeos muchas cosas: cuándo hay que sembrar el grano o cuándo hay que vendimiar; aprendieron a hacer buenas herramientas; aprendieron a preparar buenas comidas y a confeccionar ropa. Pero en una cosa no debían imitar a los cananeos, si querían permanecer fieles a la alianza que habían hecho con Dios: No debían adorar ni seguir a los dioses de los cananeos. A los israelitas les costó mucho guardar este mandamiento, pues los cananeos tenían lugares de culto por todas partes, en las tierras, en los montes y bajo la sombra de altos árboles, y allí adoraban a sus dioses, pidiéndoles lluvias y buenas cosechas.
En aquel tiempo, los israelitas tuvieron una nueva experiencia: Mientras permanecían fieles al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, él los protegía y los bendecía. Pero, cuando le eran infieles, caían sobre ellos calamidades tribulaciones. Ahora bien, si se volvían a Dios, confesaban sus culpas y le pedían perdón, él los miraba otra vez con amor y los bendecía (Jos; Jg).

22- El Pueblo Quiere Tener un Rey:

Los israelitas se repartieron las tierras de tal forma que cada una de las doce grandes tribus recibiera su propio territorio. Los ancianos de las tribus repartieron las tierras entre las familias. Cada familia recibió suficiente terreno para su sustento.
Las tribus vivían independientes. Pero contra el enemigo se defendían unidas. En esas ocasiones, Dios les enviaba un salvador que las sacaba de peligro.
Sin embargo, a Israel se le hizo muy difícil confiar únicamente en Dios y aguardar a que él enviase un salvador en cada una de las situaciones de peligro. Ellos querían tener un caudillo permanente, un rey. Samuel era un salvador enviado por Dios. Preguntó al pueblo: -¿Quieren ustedes de veras inclinarse ante un hombre, trabajar para él, pagarle impuestos? Y los representantes de las tribus dijeron: -Queremos ser como los demás pueblos. Que un rey nos diga lo que es justo y lo que no es justo. Que un rey sea nuestro jefe en tiempo de guerra.
Dios dijo a Samuel: -Escucha lo que los hombres dicen. No te han rechazado a ti, sino a mí. Entonces Samuel, por encargo de Dios, ungió a Saúl por rey de Israel. Dios le concedió su Espíritu. Saúl habría sido siempre un buen rey, si hubiese confiado de corazón en Dios. Pero Saúl no quería fiarse de nadie, ni siquiera de Dios. No depositaba su confianza en nadie. Se llenó de tristeza y se extravió. Dios no estaba ya con él. Por eso no era ya capaz de acaudillar ni defender al pueblo de Israel (1Sm 8-15).